Increíble recordar como mi papa me contaba de su infancia en Los Andes: sus historias, mis tios y mis abuelos, sus amigos, sus vecinos; entre ellos los Robelo Sacasa. Increíble pensar que unos 35 años después me iba enamorar de quien ahora era mi vecino, Gustavo Robelo. Tantos años teniéndonos tan cerca, pero estábamos tan lejos. Me gusta llamarlo “el tiempo de Dios”, perfecto en todos los sentidos.
Un 22 de Julio, una noche en pijamas en mi casa, de regreso a Honduras después de 5 años estudiando fuera, me colé en lo que parecía ser los 50 años de mi ahora increíble suegro, Don Gustavo Robelo Sacasa. Y por favor no le quitemos el merito a quienes se lucieron jugando de cupido: Santiago y Daniela, NUESTROS primos, quienes me llevaron a la fiesta e iniciaron que inmediatamente, a pesar que yo decía que Gustavo me caía mal por “creído”, clickearamos e intercambiáramos números (me quito mi celular, asegurándose que no le mintiera al darle un numero falso).
Desde este momento, Gustavo y yo comenzamos una linda amistad, hablando todos los días y conociendo cada cosa que acompañaba nuestras vidas. Después de 6 meses de conocernos, decidimos aceptar el compromiso de querernos como novios, luchar por lo que queríamos y por mi parte, puedo decir que, desde ese momento, lo quise todo con él. Sinceramente, no tengo duda que Gustavo sentía lo mismo. No fue necesario mucho tiempo para darnos cuenta de lo que queríamos. Constantemente teníamos platicas de casarnos, formar un hogar y lo felices que nos hacemos, no siendo medias naranjas, sino dos mitades completas y seguras, listas para complementarse por el resto de sus vidas.
Sin duda alguna, comenzamos el año de la mejor manera y como lo dice nuestra canción: hoy te prometo amor eterno. Solo que yo quiero que nos lo prometamos no solo hoy, sino todos los días.


Andrea